Suspendida

Al regresar a su apartamento notó desde la salida del ascensor que la puerta estaba entreabierta, por un momento quedó petrificada pensando lo peor, pero luego reflexionó y tal vez en su afán de sentir la caricia de la realidad externa, abría olvidado cerrar bien la puerta, tomó valor y entró sin más remedio, inspeccionó el baño y la alcoba, únicos lugares donde podría estar escondido algún intruso… Pero todo está solo y tranquilo. Al salir del baño su corazón se acelera al notar algo extraño… un cigarro encendido reposa en el filo de la barra, con un pedazo largo de ceniza aun pendiendo de el, como si se resistiera a caer al vacío y una sinuosa línea de humo que se desvanece en su acenso.

Desafortunado fue el momento en que dejo su teléfono celular en el bolsillo trasero de su pantalón para ir al baño, con tan mala suerte, pues al momento de bajarlo se salió del escurridizo bolsillo y fue a parar al fondo del del inodoro. Su rostro desconsolado por tan tonto descuido se fue tornando en preocupación, al caer en cuenta de lo trágico del suceso, no tenía respaldo de sus contactos de la Universidad y tampoco de su familia y mucho menos una línea de auxilio por si algo malo le sucediera.

El tiempo que antes parecía ir tan rápido, se había tornado lento e insoportable, la cadencia de los días, las horas, los minutos; torturaban su mente y castigaban su cuerpo, el letargo somnoliento le habían hecho perder la sensación del paso del tiempo, como la bailarina encerrada en el cofre de música que nunca se abre y perpetúa su acción al olvido. Los días ya no eran días ni las noches eran noches, así como sus pensamientos ya no tenían un orden y su realidad se sumergía en lo irreal.
La bufanda que hace años le había tejido su abuela se convirtió en pretexto para vencer el tedio, lentamente desarmaba el tejido, jugaba con la cuerda de lana haciendo dibujos, al enredarla entre sus dedos y luego volvía a tejerla, a tal punto que llegaban momentos de total desorientación sin saber si la estaba tejiendo o desarmando.

Disponía los granos de lentejas en el piso, formando filas y círculos perfectos, luego vendaba sus ojos, daba vueltas de pie en un mismo sitio para caminar a tientas, sintiendo como desbarataba con sus pies las formaciones a su paso.
Despertó sobresaltada, escuchó una voz que la llamaba desde la puerta, aunque pensándolo bien tal vez lo estaba soñando. Trato de conciliar el sueño, pero lo único que logró fue dar vueltas por toda la superficie del colchón.
Intentaba concentrarse en los ejercicios de yoga que otrora fueran su rutina y los mezclaba con los ejercicios físicos del gimnasio, una mezcla que se fue convirtiendo en extraños y repetitivos movimientos, incluso su rostro parecía desencajado y hacía raros gestos.

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